Mario Salvatierra
3 de junio de 2014
El
día 11 de mayo de 1978 se debatió en
el Congreso de los Diputados el último
párrafo del artículo 1º del
anteproyecto constitucional, el cual sostenía
"categóricamente" que la forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria. El Grupo
Parlamentario Socialista solicitó a la Cámara la defensa de su voto particular.
El ponente fue el compañero
Luis Gómez Llorente. En estos momentos
conviene rememorar su intervención,
por un lado, para esclarecer los principios que guiaron al PSOE y, por otro,
porque no hay socialismo sin memoria.
La
importancia de aquella sesión
parlamentaria la remarca el mismo Presidente de la Mesa cuando señala la alta responsabilidad de los
diputados de tratar con "delicadeza" la cuestión objeto de debate: la Monarquía. Pues bien, de la exquisitez exigida
dio sobradas pruebas Luis Gómez
Llorente en su memorable alocución
y no por ello renunció a manifestar la
radicalidad del posicionamiento del PSOE: la defensa de la República como forma de Gobierno.
Dado
que aquellas Cortes constituyentes expresaban la voluntad inequívoca de cambio del pueblo español y, por tanto, el deseo de ruptura
con el régimen político
de la dictadura, era necesario replantear la forma política del Estado y la figura del Jefe
del mismo. Ninguna institución
debía quedar a salvo. De este modo, se
daba asiento a la convicción
de que todo poder es legítimo
en la medida en que es expresión
de la voluntad popular libremente emitida.
A
partir de esa premisa, Gómez
Llorente asevera: "Ni creemos en el origen divino del Poder, ni
compartimos la aceptación
de carisma alguno que privilegie a este o a aquel ciudadano simplemente por
razones de linaje". Y para resaltar la diferencia entre el PSOE y el PCE
de Santiago Carrillo, advierte que tampoco está dispuesto
a aceptar la Monarquía
como una "cuestión
de hecho". En efecto, el PCE de entonces había
dado por válida a la Monarquía por razones estrictamente coyunturales
y/o pactos ocasionales, como si la institución
monárquica no tuviera voluntad de perdurar
en el tiempo. Luis Gómez
Llorente afirma: "No somos nosotros de aquellos que pueden hacer el tránsito súbito
en unos meses, desde el insulto a la institución
y la befa a la persona que la encarna, al elogio encendido y la proclamación de adhesiones entusiastas con
precipitada incorporación
de símbolos o enseñas". No le faltaba razón: en la reunión del comité central
ampliado del PCE (15 de abril de 1977) destellaba una bandera roja y gualda de
grandes dimensiones a la vez que se manifestaba la promesa de apoyo a la
Monarquía. Y, en sus "Memorias",
Santiago Carrillo recalca: "Manifesté,
sin ambages, nuestra aceptación
de la monarquía
parlamentaria y constitucional [...] afirmé que
la izquierda debía
apostar por un rey joven..." (1) El pilar de su argumentación residía
en que si buscaba la República
podía terminar perdiendo la democracia. Y
para restar importancia al planteamiento del PSOE daba a entender que el apoyo
explícito del comunismo a la Monarquía servía
de cobertura a los socialistas para defender el voto particular a favor de la
República.
Sin
embargo, Luis Gómez
Llorente desmonta la acusación
de la artimaña socialista exponiendo dos razones:
primero, porque no es necesario ocultar nuestra preferencia republicana aunque
hay ejemplos en que el socialismo, en la oposición
y en el poder, no es incompatible con la Monarquía
cuando ésta cumple escrupulosamente el respeto
a la soberanía popular, es decir, cuando acepta sin
traba alguna las transformaciones políticas
y económicas que el pueblo desea en cada
momento y, segundo, porque se atiene a un principio de honradez básico: la lealtad con el electorado
socialista. Para ello, acude a una intervención
de Pablo Iglesias en el Parlamento el 10 de enero de 1912: "No somos monárquicos porque no lo podemos ser;
quien aspira a suprimir al rey en el taller, no puede admitir otro rey".
Por
otra parte, ningún
conocedor de la historia se atrevería
a afirmar con rigor la neutralidad plena de los magistrados vitalicios y
hereditarios en los asuntos cruciales del Estado, ni situarlos más allá de
las contiendas de intereses y grupos, porque el rey es un hombre y todo hombre
tiene sus intereses, al menos los de la institución
que él encarna: preservar el principio de
herencia. Arguye Gómez
Llorente: "[...] por mucho que desee identificarse con los intereses
supremos de la Patria, no es sino un hombre, y su juicio es tan humano y
relativo como el de los demás
ciudadanos a la hora de juzgar en cada caso el interés
común".
Pero
el socialismo no es republicano sólo
por razones teóricas,
por ser consecuente con el liberalismo radical, sino también por la propia historia del PSOE. El
Partido Socialista se fundó en la época de la Restauración. ¿Cómo trató la
Restauración a los socialistas? El único objetivo de ese régimen oligárquico
era mantener sus privilegios aunque ello llevara a la clase obrera a vivir en
condiciones indignas. Si bien en su programa máximo
el PSOE no declaró la República como forma política del Estado porque su verdadera
razón de ser radicaba en la emancipación de la clase trabajadora, en la
primera década del siglo XX se produce la
conjunción republicano-socialista con el fin de
acabar con el caciquismo y conseguir un régimen
democrático auténtico.
Con tal de salvaguardar sus intereses, el régimen
monárquico acudió sin
rodeos a violar la Constitución:
a la dictadura de Primo de Rivera.
Y
es en este momento de su exposición
cuando Luis Gómez
Llorente fija magistralmente la posición
del PSOE. Oigámoslo:
"Ved, Señorías, que en España la libertad y la democracia llegaron
a tener un solo nombre: ¡República!".
Si
en el año 1978 el Partido Socialista no hizo
de la forma política
del Estado su causa principal era porque albergaba razonables esperanzas de que
la Monarquía iba a europeizarse y sería plenamente compatible con la
democracia. Por ello se aceptaba como válida
la votación resultante aún sabiendo de antemano que saldría adelante la Monarquía parlamentaria como forma política del Estado. En la votación posterior el PSOE se abstuvo.
He
rememorado este trascendental debate porque en la actualidad, con la abdicación del Rey, volvemos sobre la cuestión de la Monarquía. Y no quiero pasar por alto un
momento de la intervención
de Gómez Llorente porque considero
indispensable tenerla presente a la hora de tomar nuestra decisión.
Dice así: "Por otra parte, es un axioma
que ningún demócrata
puede negar, la afirmación
de que ninguna generación
puede comprometer la voluntad de las generaciones sucesivas. Nosotros agregaríamos: se debe incluso facilitar la
libre determinación
de las generaciones venideras".(2)
1.
Santiago Carrillo, Memorias, Editorial
Planeta, Barcelona, 2008, pág.
833.
2.
Luis Gómez
Llorente, Congreso de los Diputados, Diario de Sesiones, 11 de mayo de 1978.
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